Desde el primer día que oí hablar de Alice Munro, su nombre me llamó poderosamente la atención. Me gustó su sonoridad. Suena bien-pensé. Los nombres son como son puertas y Alice, sonaba a fantasía y a sueños, no hace falta decir por qué. Munro, recordaba a mundo, pero con un twist más bonito.
Así que hace un mes abrí la puerta y me leí su libro:«Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio»(RBA, 2003). No me equivoqué. Y resultó que el misterio que nos plantea la autora canadiense, no es un mundo de grandes sucesos ni de vidas intrépidas, sino que está aquí, justo delante de nosotros, dentro de nosotros mismos.
Vidas intrépidas/vidas introspectivas
Alice Munro no pertenece a la raza de los escritores malditos, no es Anaïs Nin, ni Zelda Fitzgerald, ha tenido una vida normal, nació en un granja en Canadá, se casó, abrió una librería, tuvo tres hijas, se cansó, se divorció, se volvió a casar y por fin consiguió tener tiempo y espacio para escribir en la último tramo de su vida. Aparentemente, nada de extraordinario. Las personas que habitan sus relatos, en su gran mayoría mujeres, son también retratos de simples mortales, clásicas biografías de clase media que siguen la senda de las convenciones.
Pero las historias de Alice Munro son inquietantes y atrapan. La autora dijo en una ocasión: “ La vida de la gente es lo suficientemente interesante si tú consigues captarla tal como es, monótona, sencilla, increíble, insondable.» Y es exactamente lo que hace tan especiales estos nueve cuentos, que lo relevante, que lo que «capta» maravillosamente la autora, no sucede en el exterior de sus personajes, en la pura apariencia de sus vidas, sino en algo mucho más salvaje y desconocido: su interior.
Según avanza la narración, Munro nos describe con una prosa sencilla y quirúrgica, los pensamientos y las inquietudes de sus personajes, llegando a matices muy precisos en las tonalidades de descripcion de sus estados, mediante una adjetivación detallista y lúcida, donde nada sobra. El lector/voyeur asiste casi sin darse cuenta, gracias a su magistral uso del narrador omnisciente a la distancia interior que experimentan entre ellos y sus propias vidas.
La vida es un escenario estático puesto en movimiento gracias a la mirada introspectiva e inteligente de la autora, dónde la historia que nos quiere mostrar, ocurre siempre en segundo plano. Cada uno de sus relatos es una exploración de lo que no dicho, donde una historia siempre esconde otra, y una mentira nos lleva a otra también.
Para la Chéjov canadiense, lo temerario no es lo vivencial, sino lo emocional. La verdadera aventura es la interna y la secreta. Nuestro escondite interior se convierte pues, en la única fuga, y su literatura, en la constatación de que todos (o casi todos), en ese lugar, tenemos vidas intrépidas.